Pueblo mío, escucha mi enseñanza. Pongan atención a lo que les digo. Les diré cosas de los tiempos antiguos. Pues les voy a hablar en historias. Historias que hemos oído y sabemos. Historias que nuestros padres nos contaron. No las esconderemos de nuestros hijos. Más bien les contaremos los hechos del Señor, su poder y las maravillas que Él hizo.
Dios puso la ley en Israel. El mandó a nuestros padres enseñarla a sus hijos para que la generación futura la supiera, aún los hijos que todavía no han nacido. Y a su vez ellos la enseñarán a sus hijos. Así, ellos podrán confiar en Dios y no se olvidarán de las obras de Dios, sino que obedecerán sus mandamientos.
No se portarán como sus antepasados, tercos, rebeldes y necios. Sus antepasados no quedaron fieles a Dios. En el día de la batalla, dieron las espaldas, y huyeron a pesar de que estaban armados con arcos y flechas. No obedecieron a Dios ni guardaron su pacto. Se olvidaron de lo que Dios había hecho, de las maravillas que les hizo ver en Egipto.
Él abrió el mar y los hizo pasar. Las aguas se pararon como muros en los dos lados. Después, los guió de día con una nube, y de noche con la luz de un fuego. En el desierto, Él partió las rocas e hizo brotar una corriente de agua como un río. Les dio de beber agua tan abundante como el mar. Pero aún así, siguieron pecando, rebelándose contra Dios.
La gente puso a prueba a Dios pidiendo comida a su gusto. Hablaron contra Dios diciendo, “¿Podrá Él poner mesa en el desierto? Es cierto que nos dio agua, pero, ¿podrá darnos también pan y carne?” Al oír esto, Dios se enojó mucho con ellos, porque no confiaron en Dios ni creyeron en su salvación. Sin embargo, Dios mandó las nubes y abrió las puertas de los cielos. Hizo llover maná, el pan de los cielos. Los hombres comieron el pan de los ángeles–todo lo que querían. También, Dios hizo soplar los vientos. Con ese viento hizo llover carne–tantas aves como la arena del mar. Las aves cayeron alrededor de las tiendas de campaña y la gente comió hasta llenarse. Así Dios les cumplió su deseo. Pero mientras la gente todavía estaba comiendo lo que quería, Dios se enojó mucho porque ellos hablaron en contra de Él. Entonces Dios mató a muchos de los hombres más fuertes de Israel.
A pesar de esto, la gente seguía pecando. No creían en Dios a pesar de todas sus maravillas. Por lo tanto sus vidas llegaron a un fin de vanidad y temor. Cuando Dios los hacía morir a algunos, los que quedaban, volvían y buscaban a Dios. Se acordaban que Dios era su roca y su Redentor. Pero no eran sinceros, pues le decían mentiras. No eran fieles a Dios tampoco guardaban el pacto de Dios.
Aún así, Dios tenía misericordia, perdonaba sus pecados, y no los destruía.