Después que el rey de Babilonia conquistó a Jerusalén, mandó a su jefe de oficiales traer unos jóvenes de las familias más importantes de los israelitas. Tenían que ser jóvenes inteligentes de buena salud y buen parecer. Estos jóvenes tendrían que pasar por tres años de preparación y después, entrarían al servicio del rey. El rey les asignó una dieta diaria de su propia comida y los mismos vinos que él bebía. Daniel era uno de los jóvenes que había sido traído para servir en el palacio del rey de Babilonia. Daniel decidió no contaminarse con las comidas y los vinos del rey. Por eso, él pidió permiso del jefe de los oficiales no comer la comida ni beber la bebida que servían en el palacio. Ahora, Dios había causado que el jefe favoreciera y respetara a Daniel. Pero le dijo a Daniel, “Tengo miedo de mi señor el rey. Pues él te asignó esta dieta, y si él te ve en peor salud que los demás, seguramente me cortará la cabeza.”
Entonces Daniel dijo al mayordomo encargado de su cuidado, “Le ruego que haga una prueba con sus servidores. Durante diez días dénos solamente verduras para comer y agua para beber. Cuando pasa ese tiempo, compare nuestra salud con la de los que se alimentan con la comida y el vino del rey. Entonces haga lo que necesita, según nuestro parecer.”
El mayordomo aceptó la propuesta de Daniel, y puso a Daniel y a sus amigos a prueba. Cuando pasaron los diez días ellos parecían más sanos y fuertes que los demás jóvenes. Entonces el mayordomo quitó la comida y el vino que les había dado y siguió dándoles solo verduras. Dios les dio a estos cuatro jóvenes inteligencia y entendimiento. Además de esto, Dios dio a Daniel la habilidad de entender el significado de visiones y sueños.
Después del tiempo de preparación de los jóvenes, el jefe de los oficiales los presentó al rey. Al hablar con ellos, el rey se dio cuenta que no había nadie como Daniel y sus tres amigos. Por eso los cuatro se quedaron en el servicio del rey. Ellos eran diez veces más sabios e inteligentes que los magos y adivinos del rey.