Contaré

"Contaré todas tus maravillas."

-Salmo 9:1

Jesús es Nuestro Sumo Sacerdote

Hebreos 4:14-16, 7:22-28; 9:6-10:4, 11-17

Después de que Moisés había anunciado todos los mandamientos de Dios, él tomó la sangre de becerros y de chivos y roció a todo los Israelitas.  Él les dijo:-Esta sangre establece el pacto que Dios ha hecho con ustedes.  Entonces este primer pacto exigió  la sangre.  De la misma manera, Moisés purificó el tabernáculo y todas las cosas que se usaban en la ceremonia.  Según la ley, casi todo tiene que ser purificado con sangre.  Y sin derramar sangre no hay perdón del pecado. 

 En el pasado los sacerdotes tenían que entrar todos los días al Lugar Santo para hacer sus oficios.  Pero solo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo. Y eso, solo una vez al año.  Jamás podía entrar sin llevar la sangre que estaba ofreciendo por los pecados de sí mismo y los pecados de la gente.  De este modo, el Espíritu Santo nos da a entender que todavía no había libre entrada al Lugar Santísimo.  Todo esto era un símbolo de cosas que iban a pasar.  El primer pacto trataba con reglas que solo tenían valor hasta establecer el camino nuevo.  Pero por medio del poder del Espíritu Santo, Jesucristo se ofreció a sí mismo a Dios como el sacrificio perfecto para nuestros pecados.  Él murió para librarnos del castigo de pecado.  Jesucristo entró en el Lugar Santísimo una vez para siempre.  Pero no entró con la sangre de chivos y becerros.  Él entró con su propia sangre y así ganó nuestra salvación para siempre.  Y ahora Jesucristo es el Sumo Sacerdote del nuevo pacto.  Este nuevo pacto es como una escritura de testamento.  Todos sabemos que un testamento no tiene valor hasta que la persona que lo hizo muere. 

La ley solo es una muestra de lo bueno que está por venir.  Por eso, los sacrificios que se ofrecen día tras día nunca pueden hacer perfectos a los que se acercan a Dios.  Si fuera así habrían dejado los sacrificios hace tiempo.  Pero no es posible que la sangre de los animales quiten los pecados.  Entonces nuestro sacerdote Jesucristo ofreció a sí mismo por los pecados una vez para siempre.  Así que por medio de un solo sacrificio Jesús completamente limpió de sus pecados a las personas que vienen a él. 

Por eso Jesús es exactamente el Sumo Sacerdote que necesitamos.  Él es el Hijo de Dios, santo, sin pecado ni mancha.  Él no es como los otros sacerdotes que son hombres débiles.  Es mucho mejor.  Pues él no tiene que ofrecer sacrificios cada día como los otros.  Al contrario, Jesús ofreció el sacrificio una vez para siempre cuando se ofreció a si mismo como el sacrificio.  También en el pasado había muchos sacerdotes.  Ellos se murieron y otros tomaron su lugar.  Pero Jesús es nuestro sacerdote para siempre porque el nunca muere.  Pues el vive para siempre para rogar por nosotros continuamente a Dios. 

Jesús, el Hijo de Dios que ha subido al cielo, es nuestro gran sumo sacerdote.  Y nuestro sumo sacerdote ha sido tentado en todo igual que nosotros.  Pero nunca pecó.  Por eso, Jesús entiende lo que pasa a nosotros y nuestra debilidad en enfrentar las tentaciones.  Así que podemos acercarnos con confianza al trono del Dios.  Allí recibiremos misericordia y gracia.  Dios nos ayudará en la hora de necesidad.