En la iglesia de Antioquía estos hombres eran profetas y maestros: Bernabé, otro, llamado El Negro, otro de África Norte, otro que creció con el rey Herodes, y Saulo. Un día, ellos estaban ayunando y adorando a Dios. El Espíritu Santo dijo: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo. Yo los he llamado para un trabajo especial.” Entonces, después de ayunar y orar, el grupo les puso las manos a Bernabé y a Saulo. Así los enviaron.
Juan Marcos se fue con ellos también. El Espíritu los envió a un pueblo en la isla dónde Bernabé creció. Al llegar, comenzaron a anunciar el mensaje de Dios en las sinagogas. Al recorrer toda la isla se encontraron con un brujo, que era un profeta falso. Este hombre estaba con el gobernador. El gobernador tenía ganas de oír el mensaje de Dios, entonces mandó llamar a Bernabé y a Saulo. Pero el brujo se les oponía. Trataba de poner al gobernador en contra de ellos. Entonces Saulo, quien también se llamaba Pablo, lleno del Espíritu Santo, lo miró fijamente y le dijo: “Tú eres un hijo del diablo, un mentiroso, lleno de todo engaño, y el enemigo de todo lo bueno. ¿Por qué no dejas de torcer los caminos rectos del Señor? Ahora el Señor te va a castigar. Te quedarás ciego por algún tiempo.” De repente, cayó niebla y oscuridad sobre sus ojos. Y él buscaba a alguien para guiarlo de la mano. Al ver esto, el gobernador se quedó asombrado por la enseñanza del Señor y creyó.