Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva. El primer cielo y la primera tierra junto con el mar habían dejado de existir. También vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de Dios. Era tan bella que una novia bella vestida para encontrarse con su novio. Y oí una fuerte voz gritando desde el trono. “¡Mira! ¡Aquí esta el hogar de Dios! El vivirá con su gente y él será su Dios. Y él secará toda lágrima de sus ojos. No habrá muerte, ni llanto, ni dolor jamás. Todo el mundo viejo ha dejado de existir para siempre.”
Y él que estaba sentado en el trono dijo: “!Mira! Yo hago todas las cosas nuevas. Escribe todas estas palabras porque son verdaderas y usted puede confiar en ellas. Ya todo está completado. Yo soy el principio y el fin. Al que tenga sed le daré a beber de la fuente del agua de la vida. ¡Es gratis! Los que vencen recibirán todo eso. Yo seré su Dios y ellos serán mis hijos.”
Entonces el ángel me mostró el río de agua de la vida. Era claro como el cristal y nacía del trono de Dios y del Cordero. El agua corría por medio de la calle. El árbol de la vida crecía a cada lado del río. Y daba doce clases de fruto, una clase para cada mes. Y las hojas del árbol son buenas para sanar a las etnias. No habrá más maldiciones. El trono de Dios y del Cordero estará allí y sus siervos lo adorarán. Lo verán cara a cara y el nombre de Dios será escrito en sus frentes. No habrá más noche. Y los que vivan allí no necesitarán la luz de lámpara ni la luz del sol. Dios será su luz. Y ellos reinarán para siempre.
El ángel me dijo: “Dios envió a su ángel para mostrarte lo que está por venir.” Entonces me caí a los pies del ángel para adorarlo. Pero él me dijo: “¡No lo hagas! Pues yo soy un siervo de Dios igual que tú y los otros que siguen fieles al mensaje de Jesús. Adora solamente a Dios. Ahora no guardes en secreto el mensaje de este libro porque el tiempo ya está corto.”
Jesús dice:
“¡Escuchen! Yo vengo pronto. Y pagaré a cada uno de acuerdo con lo que haya hecho. Yo soy el primero y el último, el principio y el fin.”
Felices son los que lavan sus ropas para que puedan entrar por las puertas de la ciudad y comer de los frutos del árbol de la vida.
Los malvados, los que practican la brujería, los que tienen relaciones sexuales prohibidas, los asesinos, los que adoran ídolos, y todos los que engañan y practican el mal se quedarán afuera.
El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: “¡Ven!” Todos que escuchen también deben decir: “¡Ven! Si tienes sed, ¡ven! El que quiere puede venir y tomar del agua de la vida gratis.”