Un día Jesús estaba en la playa del lago de Galilea. Había un gentío apretando para escuchar la palabra de Dios. Y Jesús vio dos barcos de pesca en la playa del lago, y los pescadores estaban lavando sus redes. Entonces Jesús se subió en uno de los barcos (el barco de Pedro) y pidió que saliera un poco de la playa. Y se sentó y enseñó a la multitud desde el barco.
Cuando había terminado de enseñar, Jesús dijo a Pedro, “Métase a lo más profundo del lago y baja sus redes para pescar.”
Pedro le respondió, “Maestro, hemos trabajado arduamente toda la noche y no pescamos nada. Pero como tú me lo pides, bajaré las redes.”
Y cuando habían hecho esto las redes estaban tan llenas de peces que estaban por reventar. Entonces llamaron a sus compañeros del otro barco para que los ayudara. Cuando llegaron, llenaron los dos barcos de tantos peces que estaban por hundirse.
Cuando Pedro se dio cuenta, se cayó a las rodillas de Jesús y dijo, “Déjame Señor, soy un hombre pecador.” Porque él estaba tan sorprendido por haber pescado tanto. También sus socios, Santiago y Juan.
Entonces Jesús dijo a Pedro, “No tengas miedo. Desde ahora en adelante serás un pescador de hombres.”
Y cuando habían traído sus barcos a tierra, dejaron todo y siguieron a él.